En el año 1985 vine a trabajar al barrio de la Divina Pastora, empecé dando clases en Educación de Adultos con un grupo de gitanos del Cerrillo Jaime que no sabían leer ni escribir en el colegio de Los Alamos, después de aquella experiencia conocí a mucha gente e hice muchos amigos; el barrio era pobre, humilde, con mucha tareas para emprender. En la Asociación de Vecino conocí a Antonio Béjar Guerrero, un hombre ya mayor, casado en segundas con una mujer polaca que conoció una mañana en la playa de Poniente, tenía tres jóvenes hijos y estaba jubilado con mucha ganas de trabajar por el barrio quitándole tiempo a su familia. La verdad que me resultó familiar colaborar con él, sobre todo después de venir un día a las clases de Adultos con un sombrero ruso que no dejó de sorprenderme.
Empecé a estudiar Magisterio porque no pude matricularme en Medicina ya que mis profesores de inglés y tecnología me dejaron en séptimo curso algunas materias para septiembre en el 72. Cuando llegaron los exámenes los aprobé lógicamente y en la prueba de madurez en Granada fui ese año, que era el último, el único que aprobó las dos partes de ejercicio. Me fui a Química y ese año descubrí que aquello no era para mí; a pesar de todo hice tres cursos y Magisterio a la vez. En el primer curso teníamos dibujo artístico y lineal, el primero se me daba regular y el segundo muy bien. La cuestión es que me dio un verano por hacer dibujos imaginativos y en mi viejo cuaderno hice a lápiz una cara con un gorro que era el mismo Antonio Béjar quince años después. Aquella tarde se me encogió el estómago por aquella casualidad de la vida, a partir de entonces tuve una amistad comprometida trabajando por el barrio.
Antonio era un gran luchador, por encima incluso de las enfermedades de la edad y aquello era de alabar, tuve la oportunidad de compartir numerosas actividades deportivas, culturas y sociales; conociendo a muchos vecinos de todas las edades, clases sociales y condición. Peleaba a brazo partido con los políticos de las corporaciones de los alcaldes como Cobo, Barranco o Rubiales; buscando siempre aquellos proyectos que beneficiaran al barrio. Un día en una reunión le levantó el bastón a Rubiales y le temblaron las carnes, más tarde ya se encargó este de ir descolocando a Antonio y su Asociación porque era un gran incordio para sus proyectos, ya que aunque era su sobrino no se casaba con sus argumentaciones.
Con el paso del tiempo me quedé a vivir en el barrio, aquí conocí a Begoña y nacieron mis dos hijos, la verdad fueron unos años maravillosos. Este verano recibí la noticia de que se fue para siempre, una calurosa mañana paseando por sus calles, esas plazas, rambla y rincones que ya no eran los de antes. Ahora la rambla por fin la embovedaron, hicieron un paseo, colegios, asfaltaron calles y remodelaron edificios… y tanta cosas; el barrio crece hacía el este buscando el horizonte de la libertad. Pocos recordarán tu esfuerzo y tus largas horas de reuniones para hacer de la vida el esfuerzo que todos se merecen.
Paseo por sus calles, me cruzo con sus vecinos, es una tarde de otoño en la que su luz parece más apagada y los pajarillos trinan en sus árboles ante la llegada de la noche; paseo, paseo… y no veo ningún viejo, loco, luchador, indomable que nos haga sentir que estamos más vivos que nunca.