sábado, 15 de mayo de 2010

Extraños fenómenos en el cielo de Motril


     En la década de los años sesenta y setenta era frecuente ver fenómenos que se salían de toda lógica, los pescadores en sus horas de faena en nuestro litoral granadino hablaban de extrañas y enormes bolas de luz que salían o entraban en el mar; eran años de una gran explotación sin freno de la fauna de nuestro mar de Alborán.



     En el periódico El Faro se escribían artículos con testigos sobre la aparición de una gran bola de fuego que bajaban sobre la ladera del Conjuro en dirección a Torrenueva, consumiéndose y dejando un claro rastro en su recorrido.



     En las trincheras del frente en la Guerra Civil, en los años treinta del pasado siglo, situado en las proximidades del pico del Águila cercano a Gualchos, ambos bandos observaron un extraño disco de luz que lo relacionaba con un arma secreta.



     El 17 de noviembre de 1979 un piloto de Caza de las Fuerzas Aéreas Españolas recibió la orden de perseguir a un objeto con forma de triángulo que había violado el espacio aéreo y cuyo eco aparecía en la pantalla de radar. A la altura de Motril, el receptor de radio del avión filtró varias voces infantiles que se dirigían al capitán exclamando: ¡Hola, ¿cómo estás?, hola, hola!...;. Ni siquiera desactivando el canal de emergencia desaparecieron aquellas expresiones y risas que provocaron el miedo del experimentado militar. El expediente permaneció secreto durante quince años en los archivos del Ejército del Aire.

      El historiador motrileño Manuel Dominguez García hace referencia a  San Antonio de Padua, elegido como patrón en la epidemia de 1679 y cuya ermita se le había construido a mediados del siglo XVII en el camino de Granada, junto a la Nacla; antes de sacar la imagen para pedir que se fuera la epidemia apareció en el cielo motrileño una enorme disco de luz que llegó a iluminar extrañamente la ciudad al atardecer, murieron más de tres mil motrileños, con la salida de la imagen cedió la enfermedad.


     Año 1999, domingo 29 de agosto a las dos y diez de la tarde por la vía que va desde la entrada del Puerto Comercial motrileño hasta el edificio de los Bomberos; viajaba en el vehículo Suzuki con Manolo y Cristina en la parte trasera. En aquel caluroso verano, ese día había algunas nubes en el cielo, empiezo a observar lo que parecía una gran nube bajar lentamente por la ladera del Cerro Gordo, se desplazaba sin hacer nada de viento; se dirigía en dirección norte sur hacía la Vega, a una altitud estimada de 400 metros. Al llegar a la altura del barrio del Varadero pude comprobar que tenía forma rectangular como si fuera un enorme invernadero, brillante metálico, con dimensiones estimadas en comparación con el terreno de ochocientos metros de largo, trescientos de ancho, por veinticinco de alto. Bruscamente realizó un rápido giro de bumerán en dirección Torrenueva, todo sucedió en apenas veinte segundos.

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